Corona de sangre by José Luis Corral

Corona de sangre by José Luis Corral

autor:José Luis Corral [José Luis Corral]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788466672757
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2022-09-01T00:00:00+00:00


La armada castellana zarpó de la desembocadura del Ebro y puso rumbo a Barcelona, a donde ya había llegado el rey de Aragón para colocarse al frente de la defensa de la ciudad. Atardecía el 9 de junio cuando las naves castellanas avistaron las playas de Barcelona, cuya defensa había sido encomendada al conde de Osona y al vizconde de Cardona.

Aquel día amaneció despejado sobre Barcelona. Los habitantes de la ciudad se despertaron alertados por los repiques de las campanas de todas las parroquias y monasterios, que tocaban a arrebato ante la presencia de la flota castellana frente a sus playas.

Desde lo alto de la montaña de Montjuic, podía verse el despliegue en forma de media luna de las ciento veinte naves de la armada castellana, con sus estandartes de combate con los cuarteles de los castillos dorados y los leones carmesíes desplegados en las popas.

A bordo de la gigantesca galera Uxel, Pedro I había convocado a los dos almirantes genoveses para evaluar el plan de ataque a Barcelona.

—Los hemos cogidos desprevenidos. ¡Solo disponen de doce galeras para defender la playa! Serán presa fácil. Barcelona caerá en nuestro poder en un par de días. —Don Pedro sonrió al ver la disposición de las galeras del rey de Aragón, en cuyos mástiles y puentes de proa ondeaban los estandartes de las cuatro barras rojas sobre fondo amarillo.

—Me resulta sospechosa esa formación —receló el almirante Pezaña al contemplar el despliegue de las naves de la Corona de Aragón.

—¿Por qué decís eso? ¿Acaso pensáis que se trata de una estratagema, una trampa quizá?

—Alteza, los marinos catalanes son extraordinariamente hábiles y es obvio que conocen estas aguas como la palma de su mano. Es muy extraño que sabiendo que los superamos en diez a uno hayan colocado sus únicas doce galeras alineadas delante de la playa, desplegadas para hacernos frente con semejante inferioridad. Tal cual están colocados esos barcos, parece un suicidio. Tiene que haber oculto algo que no conocemos.

—¿Qué puede ser?

—Lo ignoro, pero, desde luego, detrás de esa formación se esconde una celada.

—¿Disponéis de algunos espías en Barcelona? —preguntó Bocanegra.

—Tal vez.

—Pues haced que alguien se entere de si han preparado una emboscada, porque a simple vista no lo parece.

—Fijaos en el mar. Todo está despejado. No hay más naves a la vista que esas doce galeras enemigas y nuestra flota. Nada se interpone para que ataquemos y las destruyamos; y una vez hundidas sus galeras, Barcelona será nuestra con absoluta facilidad. Mirad allá, hacia la ciudad —señaló el rey con el brazo—; mirad los nuevos barrios que se extienden hasta las playas; carecen de murallas; será tan fácil conquistar Barcelona como tumbar a un niño pequeño de un sopapo —sonrió don Pedro, seguro de su victoria.

—Señor, antes de atacar debemos sopesar todas las circunstancias —repuso Bocanegra, que recelaba ante la posibilidad tan grande de alcanzar la victoria.

—Probad enviando por delante a dos de nuestras galeras —le indicó el rey a los dos almirantes.

Bocanegra, a su pesar, dio la orden para que dos de



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